Diario de un socorrista
En contra de lo que cree la mayoría, se trata de una profesión de extrema dureza. El socorrista se levanta por la mañana con la obligación de ir a la playa. Solo quien haya experimentado alguna vez esta sensación es capaz de comprender el drama. El ser humano está diseñado para hacer lo que le apetezca. La playa es un lugar muy divertido. Pero al socorrista le ocurre con el mar lo que al catador con el vino. Guardemos un minuto de silencio por su desdicha.
EL SOL
Elemento fundamental de la vida del socorrista es el sol. El mar, de algún modo, también, pero gran parte de los que se encargan de vigilar por la seguridad de nuestras playas no necesitan entrar en contacto con el agua, mientras la batalla con el sol es sencillamente inevitable. Contra el gran astro, los socorristas utilizan un factor de protección tan grande, que las ondas rebotan y el que se pone moreno finalmente es el sol.
LAS PICADURAS
Algunos socorristas vocacionales sueñan con salvar una vida en medio de
una resaca de órdago, pero luego las cosas ocurren de otro modo. En toda
la costa Mediterránea, la resaca más peligrosa a la que van a
enfrentarse es la de Jack Daniel’s. Por lo demás, la triste existencia
de estos hombres y mujeres es una lenta sucesión de pomadas
antihistamínicas y gente señalando con el dedo y gritando “aquí, aquí”.
Si no es un mosquito, es una medusa, y si no, uno de esos peces cuyo
nombre cambia cada cien metros de costa, pero cuya mala leche permanece
invariable a lo largo del tiempo y el espacio.
La primera vez que pisé a ese bicho creí haberme clavado un trozo de
cristal, pero un trozo de cristal infectado con la rabia. La segunda vez
decidí que no volvería a bañarme sin mis chanclas con puntas de acero.
EQUIPO
Durante siglos, Titanic incluido, el hombre ha utilizado el salvavidas;
una cosa roja con forma de donut, que flota en el agua. Siempre hemos
asociado la imagen del ahogado con el salvavidas redondo, y su presencia
entre las olas generaba cierta calma a quien se estaba ahogando. Al
fin, no es lo mismo ahogarse agarrado a un rosco de toda la vida que
hacerlo con esos artilugios de ahora, que nadie sensato intenta salvar
su vida abrazándose a un torpedo con asas.
La culpa de la revolución del equipamiento de socorro fue de Pamela
Anderson y el tipo aquel del ‘Coche fantástico’. Debíamos haberlo
sospechado. No es posible ser el rey en la carretera y en la playa a la
vez, en dos series completamente diferentes, en las que el único punto
en común es el extraordinario gasto de las actrices en peluquería. De
aquellos ‘vigilantes de la playa’ han llegado muchas desgracias al
socorrismo moderno: el torpedo -tal vez más eficaz pero antiestético-,
las socorristas –miles de tíos se ahogan cada año intentando
impresionarlas-, y los walkie-talkies, que merecen mención aparte. Estos
aparatos sirven para que toda la red de socorrismo norte sepa que “hay
una rubia impresionante tumbada en la Playa de la Concha, a las seis y
cuarto de la caseta de socorro 1. Repito: a las seis y cuarto de la
caseta de socorro 1”.
LOS AVISOS
Uno de los principales pasatiempos de los socorristas es lanzar avisos
de seguridad a los bañistas a través de altavoces. En las playas más
violentas del Cantábrico es más frecuente el empleo del silbato, para
evitar que los alemanes se crean que están en la piscina de su
urbanización. No obstante, mi larga experiencia playera me lleva a
pensar que los alemanes que veranean en España son sordos, por lo que
nos ahorraríamos disgustos sin dejáramos a los socorristas emplear arcos
y flechas para advertencias extremas a quienes se están metiendo
demasiado hacia altamar. No me parece tan grave. A las morenas, que no
son nadie en especial, se les permite dar mordiscos a los bañistas. Una
flechita no mata a nadie, como demostró Bill Gates en PowerPoint.
ROBOS
La gente acude al puesto de socorro por las cosas más llamativas, de ahí
que el socorrista sea alguien especialmente preparado para aguantar a
todo tipo de lunáticos. Una de las quejas más frecuentes de los bañistas
es que les han robado la cartera o el móvil. El socorrista mira a la
víctima fingiendo muchísima preocupación mientras piensa en su interior:
“De acuerdo, señora, ¿y qué quiere que le haga yo? ¿Golpeo al ladrón
con mi súper-bote de aftersun?”.
LIGAR
Viejo mito: ¡cómo ligan los socorristas! Vieja realidad: ¿cuándo? Ocurre
que el socorrista resulta increíblemente atractivo para las mujeres, y
no digamos la socorrista para los hombres, pero en cualquiera de los
casos es un magnetismo inútil, por cuanto llegado el momento en el que
pueden ponerse a tontear, e invitar a una bañista a una copa en el
chiringuito, es ya el cierre de jornada, el sol se ha marchado, la playa
está vacía, la chica está en su casa, y en el chiringuito sólo queda
cerveza sin alcohol y agua con gas. Mal cóctel.
EL CULPABLE
Otra de las cosas incomprensibles del socorrismo moderno es por qué les
echan la bronca siempre a los bañistas que no obedecen. ¿Es que nadie va
a llamarle nunca la atención al mar?
TRISTEZA
El socorrista está obligado a la peor de las melancolías: la de ver cómo
entra el verano con toda su luz casi primaveral, cómo la playa se llena
de vida, y cómo poco a poco se pierde, y el arenal se vacía, cuando se
divisa al fondo el otoño. Es el ciclo estival. Cruel y siempre
crepuscular. Cuando todos nos volvemos a casa, ellos siguen allí, en la
playa, en la más triste de las soledades, oteando el horizonte, y
pitándole al alemán para que no se meta demasiado hacia altamar. A
veces, al doblar agosto, el cielo se oscurece y se desata incluso la
lluvia sobre la playa. Tristeza mayúscula. Cualquiera de los Machado
haría algo grande con esto, pero la estampa resulta demasiado cruel para
quien un día soñó, legítimamente, con cobrar por pasarse el verano en
la playa, tomando el sol, mojándose los piececitos en el mar, y rodeado
de millones de chicas guapas. Ahora hace frío, la soledad estremece, el
hambre es ya atroz, y el alemán sordo no termina de ahogarse.
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